24/6/2020

Mi percepción del COVID-19

Por Andrea Valadez Zamorano

Me llamo Andrea. Hace 20 años mi familia y yo migramos de México a los Estados Unidos en donde cursé los estudios universitarios de enfermería. Desde hace 7 años trabajo en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI); actualmente estoy en un hospital regional en los suburbios de Nashville, la capital de Tennessee. 

He de decir que, el término “intensivo”, no sólo aplica para los pacientes, también incluye a todo el personal sanitario pues, en general, la tensión ahí es a tope y hay que estar preparados para lo esperado y también para lo inesperado. En la UCI atendemos pacientes en situación clínica crítica que presentan un desequilibrio severo de uno o más sistemas fisiológicos generales. Por lo general, la vida del paciente de UCI está seriamente comprometida. Hasta hace unos meses, mi trabajo como enfermera intensivista me permitió atender personas con padecimientos tan diversos como: infecciones sépticas de diferentes fuentes, ceto-acidosis diabética, obstrucciones pulmonares crónicas recrudecidas, insuficiencias cardiacas congestivas, infartos al miocardio, complicaciones de cirugías vasculares, etc. 


Esto cambió a raíz del aumento acelerado de casos de Covid-19 en los Estados Unidos. A mediados de marzo, llegaron a nuestro hospital los primeros pacientes infectados con SARS CoV-2 y, de inmediato, la presión aumentó entre el personal. Algunos de mis compañeros incluso, se negaron a atenderlos y abandonaron su empleo. La gran mayoría nos quedamos a cuidar de los enfermos y exigimos a las autoridades del hospital, que nos proporcionarán todo el equipo de protección personal (EPP) pues, en un principio, debíamos atender a los pacientes usando los uniformes que iban y venían con nosotros de nuestras casas al hospital. Actualmente, utilizamos la vestimenta que se lava y esteriliza en el hospital y, encima de ella, todo el EPP desechable: bata, gorra, guantes, cubre-boca, lentes, careta y cubre-zapatos. A medida que el número de pacientes aumentó, el hospital destinó una zona exclusivamente para el tratamiento de pacientes Covid-19 en situación crítica.

Esas semanas fueron intensas para todos los que atendimos a esos pacientes. La realidad es que no tenemos una cura para esta enfermedad, ni una vacuna que la prevenga. Los tratamientos que usamos son, hasta cierto punto, experimentales y no funcionan para todos los pacientes por igual. En esas semanas tuvimos mucha incertidumbre sobre cuál era la mejor manera de tratar a estos pacientes.

Mis compañeros y yo vivimos semanas de gran angustia pensando que, en cualquier momento, podíamos contagiarnos y caer gravemente enfermos, pues estábamos en contacto directo con los pacientes por horas. Como enfermera en UCI, pasas la mayor parte de tu día pegada a la cama de tu paciente asignado. Yo trabajé en la unidad designada a Covid-19 por varias semanas, realizando procedimientos médicos de alto riesgo como por ejemplo: haciendo intubaciones, dando medicamentos, despejando vías respiratorias mediante succión, dándoles de comer, bañándolos, asistiéndolos mientras tenían ataques incontrolables de tos, dándoles terapia física y, en casos extremos, resucitándolos. 

Durante ese tiempo, cuidé de hombres y mujeres, cuyas edades fluctuaban entre 31 a 85 años, a los cuales el virus, no sólo los infectó, sino que también los afectó al grado de que, sus sistemas respiratorio y cardiovascular, se colapsaron y necesitaron de respiradores para mantener sus funciones vitales. Desgraciadamente, para algunos, ni eso fue suficiente.


El miedo se magnifica al pensar que no sólo estamos en riesgo nosotros, sino también nuestras familias: el bienestar de nuestros padres, hijos y cónyuges es algo que nos preocupa más que nuestra propia salud y es por eso que algunos de mis compañeros, optaron por dejar a sus hijos al cuidado de los abuelos y no verlos en persona por semanas. Afortunadamente, ningún miembro de mi familia ni yo, hemos contraído la enfermedad y en estos momentos, el número de pacientes con Covid-19 en estado crítico, ha disminuido considerablemente en nuestro hospital. Mis compañeros y yo hemos vuelto a atender pacientes “regulares” en la UCI.

Cabe decir que también sentimos mucha alegría y orgullo cuando logramos salvar una vida. Por ejemplo, cuando empezamos a ver la efectividad de las transfusiones de plasma de sobrevivientes, que contienen anticuerpos contra el virus, o cuando tuvimos mejores resultados, al usar Remdesivir.

En EUA, como en muchos otros países, la presión política y económica ha relajado las restricciones de la cuarentena por Covid-19, por lo cual he podido tener más contacto con miembros de la comunidad a la que, por razones obvias, dejé de ver. Durante las dos últimas semanas, me he topado con personas con poco conocimiento médico, que cuestionan varios aspectos la pandemia: algunos creen que ésta ha sido exagerada, o que el virus no es tan peligroso como se dice. Es más, hay personas que me han dicho que el virus NO existe, porque no conocen a nadie que se haya infectado o muerto de Covid-19. Otros más te dicen que, “en Facebook”, vieron a alguien que asegura que todo esto, no es más que una cuestión política. A esas personas les digo esto: EL VIRUS SARS-CoV-2 ES REAL Y TIENE EL POTENCIAL DE MATARTE.

Creo que la gente duda del peligro porque no tuvimos (en mi comunidad en particular), esa escena apocalíptica que todos temíamos. La realidad es que, el distanciamiento social, o como se le llama en México, la sana distancia, sí funciona. Pero no podemos asumir que la guerra ya está ganada, sólo porque sobrevivimos a la primera batalla. No dejemos que los avances, logrados a costa de tantos sacrificios, se nos reviertan.

No sólo el personal sanitario y las autoridades juegan un papel importante en esta pandemia; asume el tuyo con responsabilidad.


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