Por Dra. Gabriela Olmedo Álvarez
Si alguna vez te has preguntado porqué los científicos levantan las cejas y ponen cara rara cuando alguien les dice algo como: “Yo hice gargaras de vinagre y bicarbonato y me tomé el tecito “cura todo” y no me infecté de coronavirus”... ¡Lee esto y entenderás sus razones!
En realidad, no es que los científicos pensemos que este remedio no podría funcionar. El tecito “cura todo” y las gárgaras de vinagre podrían ser un tratamiento para el COVID-19 y/u otras enfermedades. Sin embargo, antes de validarlo, habría que someterlo a una serie de pruebas específicas y así, obtener los elementos suficientes para poder creer en el resultado. Así es como funcionan las cosas en ciencia. Antes de validar cualquier experimento, se debe someter a metodologías específicas y rigurosos procedimientos. Y después de eso, entonces sí, podemos tener la certeza de que el tratamiento funciona.
Quizá recuerdes algún anuncio de televisión en el cual la mitad de una superficie la limpian con un producto y la otra mitad con otro distinto... Desde luego, el producto que anuncian ¡es el mejor! O cuando aparecen lavando la ropa con dos detergentes distintos y ¡¡OH!! ¿Cual crees que es mejor?... Ya todos sabemos que en la televisión las cosas funcionan diferente y no todo es lo que parece. Sin embargo, para fines prácticos, el ejemplo nos funciona y esto es lo mínimo que debes esperar en una evaluación clínica: una prueba comparativa.
Si este mismo procedimiento lo llevamos al área de la salud, la prueba comparativa sería así: tienes dos personas enfermas, a Juan le das un medicamento y a Lolita ninguno. En este ejemplo tenemos como resultado que Juan, que tomó el medicamento ¡se tarda una semana más en curarse que Lolita, que no toma nada! ¿Qué pasó aquí? Al terminar de leer esto tu mismo sabrás porqué lo que muestran en televisión tendría muchas fallas si fuera un experimento. Y porqué no puedes creer el resultado de solo dos individuos, en este caso Juan y Lolita.

Cuando realizas un experimento tienes que hacer siempre una comparación para validar el efecto de lo que estás probando. Para probar una terapia médica y determinar si un medicamento cura a un paciente infectado: 1) tienes que tener un grupo lo suficientemente grande de personas para hacer tus pruebas y 2) necesitas tener poblaciones similares y un número de criterios sistemáticos para ambas poblaciones. Por ejemplo, en los dos grupos debe haber personas que sean similares en edad. También tiene que haber un balance en la muestra entre hombres y mujeres. Además, en el caso de una enfermedad la gravedad tiene que ser parecida en su grado, es decir, todos más o menos con los mismos síntomas.
Los científicos preparan con mucho cuidado estas pruebas para garantizar que sus comparaciones sean válidas. Por un lado, hacen la selección de pacientes al azar, de tal manera que una parte de la población reciba tratamiento y otra parte no. Por ejemplo, si tienes 2000 enfermos, no podrías recetar un tratamiento a 1000 personas de 50 años hacia arriba y otro tratamiento distinto a 1000 personas de menos de 50 años y luego querer comparar los resultados. Aunque ambas muestras tienen el mismo tamaño, la muestra está sesgada. Sería mejor que ambas muestras tuvieran hombres y mujeres de edades similares y -de ser posible- un grado de severidad similar en la enfermedad. Otro criterio es la llamada prueba de doble ciego. Esta prueba consiste en que un médico o enfermera sin saber si el paciente recibe o no el tratamiento, toma los datos de su evolución durante la enfermedad. Estos datos son analizados por otros médicos y así la interpretación del resultado es más objetiva. ¿Qué tal? ¿No parece sencillo verdad?
En este momento ya se han hecho pruebas clínicas con diferentes fármacos para el tratamiento de los pacientes infectados con COVID-19. Poco a poco van saliendo resultados y los médicos discuten si son válidos o no; si la muestra fue muy pequeña; si se obtuvieron suficientes datos del paciente, etc.
Cada vez hay más evaluaciones clínicas con un mayor número de pacientes. Habrá que seguir haciendo pruebas y seguir la información que van arrojando estos experimentos, además de ser muy cuidadosos cuando nos llegue información sobre los posibles tratamientos para el COVID-19. Siempre debemos preguntarnos si la información que nos llega es válida, si viene de una fuente confiable y si hubo una prueba clínica o lo que escuchamos o leemos son simplemente anécdotas.
Seleccionar la información que leemos en los medios o nos llega a través de las redes sociales, nos ayudará a entender porqué Lolita, una niña de 6 años se curó rápidamente sin medicamento y en cambio, su abuelo Juan, un hombre de 75 años con sobrepeso, tardó mucho más en recuperarse aún cuando se le administró el tratamiento.