Existen palabras en distintos idiomas que no pueden ser traducidas tan fácilmente. Es decir, podemos explicar el significado de algún modo, pero no existe una sola palabra equivalente a la original en un idioma distinto. En México, podemos explicarlo fácilmente con el “ahorita”. Esa medida de tiempo inconcebible que depende enteramente del contexto, o que simplemente, reside en una zona del espacio-tiempo que no nos tocará conocer.
¿Cuándo voy a sacar la basura? Ahorita. ¿Cuándo voy a arreglar mi cuarto? Ahorita. ¿A qué hora voy a hacer ejercicio? Ahorita.
Nos resulta natural y cercano. Dependiendo de quién lo diga, en qué tono y con qué gestos, podemos hacernos más o menos una idea de qué se quiere decir. Pero, intenta explicar “ahorita” a una persona extranjera y probablemente no haga mucho sentido. Le dices: “Ahorita vemos.” Y probablemente espere una respuesta inmediata. Probablemente ya conozca un poco más México, y sepa que, en efecto, nunca resolverán un tema. Culturalmente, en México sabemos entendernos en ciertas claves.
Sin embargo, México es mucho más complejo que algo que nos puede resultar tan familiar como el “ahorita”. México se construye a partir de un sinfín de combinaciones de palabras que estructuran múltiples historias de una sola realidad. Estas historias, parecieran tener distancias gigantescas en discursos. Por poner un ejemplo burdo: ¿A dónde va una plática entre una persona que acaba de regresar de un viaje de placer desde Lombardía, Italia, con otra que se dedica al trabajo doméstico? Sin duda podría ser un diálogo interesante, pero estará matizado en todo momento por el elemento que ha levantado murallas discursivas que separan las historias: La desigualdad social.
Lo que nos atañe en tiempos de Coronavirus, es reconocer que las distancias son en parte eso: discursivas. La distancia que hemos sido partícipes de agrandar, directa o indirectamente, se revela nanométrica ante esta pandemia. ¿A qué me refiero? A que, sin importar la capacidad adquisitiva, la colonia en la que se viva, o la historia de vida que tengamos, estamos a nada de contagiarnos y contagiar. Literalmente, salir a la calle y tocar un barandal, hablar muy cerca con alguna persona (incluso sin síntomas evidentes) en un café o en la esquina, podría significar un contagio.

Nuestras historias, aunque hegemónicamente autónomas, están entrelazadas. De acuerdo al Instituto Nacional de Estadística y Geografía, al año 2015 éramos 119,938,473 mexicanas y mexicanos en el territorio nacional. Eso significa, que al día de hoy somos una cantidad difícil de imaginar de personas, cada una con historias propias, que dependemos enteramente las unas de los cuidados de las otras. ¿Cuáles son esos cuidados?
Al día de hoy se han repetido (en parte) hasta el cansancio: Lávate las manos, mantén la “Susana Distancia”, si presentas síntomas, aíslate. En algunos Estados te podrán haber dicho que no salgas de casa en esta etapa inicial. Que mantengas la calma. Sobre todo, mantén la calma. Y a pesar de ello, vale la pena preguntar: ¿Quiénes tenemos acceso a esa información? De tenerla la gran parte de la población, ¿Quiénes tenemos el hábito y herramientas para identificar información confiable y veraz? De ser capaces de encontrar lo prudente, ¿Qué hacemos con la información una vez que la tenemos? Y, sobre todo, ¿Qué parte de la información estamos considerando?
De las millones y millones de personas que habitamos México, somos un puñado quienes podremos trabajar desde casa. Somos poquísimas personas (hablando a nivel nacional) quienes podremos comprar lo suficiente para no salir unos días y mantener el aislamiento que ha ayudado a mitigar la pandemia en países asiáticos, y que ha empezado tarde en países como España e Italia (este último, siendo ahora el que más muertes ha sufrido por el COVID-19: 5,476). Esta medida, que ha resultado acertada y vital, podría ser potenciada en parte por decisiones gubernamentales.
Somos poquísimas personas (hablando a nivel nacional) quienes podremos comprar lo suficiente para no salir unos días y mantener el aislamiento que ha ayudado a mitigar la pandemia en países asiáticos, y que ha empezado tarde en países como España e Italia.
“El gobierno no para” (sic) mencionó el Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, el Dr. Hugo López-Gatell Ramírez en su comunicado de prensa el 21 de marzo de 2020. La estrategia nacional pareciera estar siguiendo de manera literal ciertas recomendaciones de salud, tratando de hacer lo necesario en el momento oportuno. Esto se está traduciendo, en que las acciones durante los días que son vitales para evitar que el virus se propague exponencialmente, están esperando el “ahorita” del coronavirus. Es decir, si ahorita no estamos en etapa de contagio comunitario, ahorita nos esperamos. A pesar de que el número de contagios incrementa día con día, la acción nacional más contundente ha sido la suspensión de clases por parte de la Secretaría de Educación Pública, fijada a partir del 20 de marzo de manera oficial. Sin embargo, las múltiples historias de nuestra realidad suponen que, a pesar del paro escolar, habrá miembros de la familia que tengan que salir para proveer un sustento. Y en esta multiplicidad de historias vale la pena preguntarnos, ¿Qué está pasando a nivel estatal? Recuperemos algunos ejemplos (de manera no exahustiva) de lo que está sucediendo:
Como se puede apreciar en la Tabla 1, el ahorita parece ser un “ahorita ya” en algunos Estados (los menos) y un “ahorita en un ratito” en otros tantos. Y tomando en cuenta la perspectiva general, hay una falta de coordinación en distintos ámbitos (económico, social y de salud pública) a nivel municipal y estatal con lo nacional. Esto se puede leer desde la historia del miedo ante el probable escenario de colapso económico que supondrían medidas drásticas, tal como lo sería el promover un paro total de actividades productivas. A pesar de ello, existen cifras de otros países que tomaron esta medida (incluso tarde), como China, Italia, Irán y España, donde las muertes totales superan los miles. Por practicidad, podemos fijarnos en el último país mencionado.
Aunque tanto en México como en España se hablan variantes similares del español (o castellano, dependiendo a quién le preguntes), el ahorita no es compatible. Lo más cercano, y preciso (centrándonos en la practicidad de la diferencia lingüística, y no en gestos colonizadores), sería el ahora. Y si ahora, tomamos en cuenta cifras que no necesitan traducción, podemos ver que este país en Europa ha sido uno de los más afectados por la pandemia (1,772 muertes y contando). A esto podemos sumarle que tampoco ha sido tanto el tiempo desde que ahí se estableció el periodo de cuarentena. Dicho de otra manera, esta medida se implementó tarde, con una sociedad que pareció no atender las recomendaciones de aislamiento y distanciamiento.
Ahora bien, el contexto latinoamericano y en particular el mexicano es distinto al europeo y al de España puntualmente, dado que aquí no existe la figura del “paro” que asegure a desempleados la cobertura de un porcentaje fijo de su sueldo en caso de perder el trabajo. A la carencia de esta figura, le sumamos que gran parte de la población trabaja de manera informal y que vive “al día”.
Matizando aún más el contexto nacional, podemos recordar las constantes menciones de México como uno de los países con mayor número de personas con obesidad, diabetes, y problemas cardiovasculares, lo cual representa un alto riesgo en caso de contraer COVID-19.
Poniendo lo anterior de relieve, pareciera que México vive actualmente una incertidumbre equiparable al ahorita. Una incertidumbre alimentada por gobiernos (incluso a nivel mundial) rebasados por la respuesta que requiere esta pandemia. Y ante esta incertidumbre, un paso interesante, podría ser hacerle frente al ahorita con un ahora.
Ahora, sabemos que miles de personas morirán de acuerdo a las predicciones, incluso con las medidas preventivas. Ahora, somos unas cuantas personas amuralladas que podemos darnos el lujo del distanciamiento social para aplanar la curva de contagio. Ahora, surgen tendencias de cariño, ternura y acompañamiento que forman comunidades de cuidados cibernéticas y de contacto para mantener la cordura. Ahorita, es cuando estas comunidades tratan da adaptarse para mantener su rutina lo más apegado a su vida diaria previa al encierro. Sin embargo, es ahora que debemos preguntarnos. ¿Por qué está resultando tan difícil a los gobiernos tener acciones coordinadas? Ahora, sería pertinente reflexionar en conjunto, ¿Por qué somos tan pocas las personas que podemos protegernos? Ahora, es necesario cuestionar, ¿Por qué se revela tan frágil nuestro sistema? Ahora, nos toca ejercer la ciudadanía preguntando, ¿Podríamos explorar acciones proactivas más allá de las facultades gubernamentales?
¿Por qué está resultando tan difícil a los gobiernos tener acciones coordinadas? Ahora, sería pertinente reflexionar en conjunto, ¿Por qué somos tan pocas las personas que podemos protegernos? Ahora, es necesario cuestionar, ¿Por qué se revela tan frágil nuestro sistema?
El ahora, viene a alumbrar esas distancias nanométricas que se decían murallas en las sombras del ahorita. El ahora, viene a decirnos que vamos tarde con sistemas de salud de por sí ya deficientes e incapaces de hacer frente a una crisis como la que estamos viviendo.
El ahora, debería orillarnos a preguntar, ¿Por qué tanta gente será suspendida sin sueldo? Porque si esto pasa, la burbuja del cariño, la ternura y el acompañamiento cibernético de la clase privilegiada, terminará reventando en una crisis económica y social.
El ahora, a quienes podemos darnos el lujo de pausar, debe ser un momento de reflexión y corresponsabilidad, no solo para quienes comparten nuestra ilusoria ventaja ante esta emergencia global, si no que, en el amplio sentido de la palabra, hacia todas las personas que conforman nuestra realidad. El ahora, nos muestra conexiones que nos negábamos a ver. El ahorita, se transforma en un ahora/”ahorita ya” lleno de cuidados, que deben dar pasos firmes hacia un cambio estructural.
Si queremos cuidar la idiosincrasia mexicana del ahorita, si queremos, eventualmente, tener la incertidumbre de la libertad y no la del miedo, es ahora que debemos ser conscientes de que estamos viviendo una emergencia global, que a nivel nacional solo superaremos si entre todas y todos nos cuidamos, nos organizamos, y nos exigimos lo que haga falta. Ahora.
Carlos Alberto Aguilar Cáceres
Máster en Mediación Internacional